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Carmila Wyler nos trae hoy la historia del robo a Juan Xi

Dicen que los buenos tiempos están volviendo a la Policía de Investigación Criminal

CARMILLA WYLER ERDADES. PÓLVORA

VCuando lo que se hace, se hace con pasión y con buena voluntad, los resultados son mejores de lo que se esperaban, y sirven de escuela a nuevas generaciones. Y si en lo que se hace, se usan los principios prácticos, o los hechos más sencillos y elementales, entonces, el mérito en lo que se logra es mayor. Es algo así como resumir “La Navaja de Ockham”, la teoría filosófica del fraile inglés del Siglo XIII, Guillermo de Ockham, que vio en lo simple, la mejor de las explicaciones a hechos en apariencia complejos.

Por supuesto, lo anterior no lo digo yo. Lo dice Gonzalo Sánchez Picado, como un prolegómeno al caso de hoy, que fue resuelto por Mario López Galeano, antiguo investigador criminal, y ahora prestigioso periodista, y lo dice como una muestra de que, en la mayoría de las veces, lo más sencillo es la verdad, como cuando la niña de quince años empieza a aborrecer ciertos alimentos, siente un imperioso deseo de comer ácido, y hasta tierra, y amanece con náuseas…

“Por supuesto -dice Gonzalo-, no es necesario aplicar aquí la teoría de La Navaja de Ockham, pero, hay verdades que se manifiestan por sí mismas…”

Sonríe Gonzalo, y, de pronto, se queda pensativo, como si los recuerdos se acumularan de pronto en su memoria, y se esforzara por ordenarlos. Y, al final de una larga pausa, sigue diciendo:

“Mario López fue uno de los mejores investigadores que tuvo la vieja Dirección General de Investigación Criminal, DGIC. Tenía esa virtud natural en el investigador de fijarse en el detalle más pequeño, como una huella que pareciera ajena o extraña en la escena del crimen, un palillo de fósforo quemado, un pedazo de palillo de dientes, una colilla de cigarro, una puerta o una ventana que no fue violentada… Detalles en apariencia insignificantes, pero que son básicos en la investigación de un crimen, y que para el buen investigador criminal no pasan desapercibidos, y que llegan a ser básicos para la solución de un misterio…

Así trabajaba Mario López en la DGIC… Hoy es periodista, pero dejó una huella imborrable en la institución; y para mí fue un gran honor trabajar con él… aunque no estuve en este caso, porque tenía otras asignaciones de parte del señor director”.

Así habla Gonzalo Sánchez de los mejores investigadores criminales que ha tenido Honduras. Él mismo, que es uno de los más grandes criminalistas de Honduras, y cuyo nombre es bien conocido en Centroamérica, ya que ha sido asesor criminalista para el Ministerio Público de Guatemala, para la Policía de El Salvador y para el Organismo de Investigación Judicial de Costa Rica. Además de ser conferencista internacional sobre temas relacionados con la investigación criminal, y de ser catedrático de Criminalística en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, UNAH. Y, a pesar de esto, y de la sabiduría que lo precede, Gonzalo es un hombre sencillo, que en su tiempo libre se dedica a regar las plantas de su casa, a leer y a compartir con su esposa, a quién se refiere como “la mejor compañera de vida que Dios pudo darme”.

“Estaba cerca la navidad -dice, después de una pausa larga-, y todos los comercios se estaban preparando para esa época, que es una en las que más se vende; y Juan Xi, un chino ya entrado en años, acababa de llenar las bodega que tenía cerca del aeropuerto Toncontín con un millón de lempiras en cohetes, luces de bengala, morteros, metralletas, y todo lo que se hace con pólvora para celebrar la navidad y el fin de año… Y estoy hablando de un millón de lempiras de aquellos tiempos, que hoy serían más de quince millones…”

Hace otra pausa Gonzalo, para beber un poco del café que se ha estado enfriando en su taza todo este tiempo, y luego, dice:

“Hay muchos chinos en Honduras que no trabajan con su propio dinero; algunos trabajan con préstamos que se hacen entre ellos mismos, para apoyarse mutuamente y salir adelante en tierras extrañas, pero que tienen que devolver en el tiempo y forma en que se han comprometido. Y el chino Juan Xi era ya un hombre maduro, que había trabajado duro, haciendo crecer sus negocios, y preparándolos para dejarlos en manos de sus hijos… De más está decir que Juan Xi tenía grandes esperanzas en el negocio de la pólvora, porque ya le había ido bien en años anteriores, y ahora, había invertido parte de su propio dinero, con la esperanza de heredarles a sus hijos un negocio propio, y que dejara de depender de los créditos, que son normales entre ellos”.

NUEVO SILENCIO

“La bodega era grande, y tenía allí otros productos para suplir sus negocios, así que les pidió a algunos de sus empleados que

Hay muchos chinos en Honduras que no trabajan con su propio dinero; algunos trabajan con préstamos que se hacen entre ellos mismos, para apoyarse mutuamente y salir adelante en tierras extrañas”.

dispusieran de varios estantes para poner las cajas llenas de cohetes y de productos con pólvora, para tenerlos aislados y seguros. Y los empleados así lo hicieron. La descarga de los camiones fue algo rápida, y el propio Juan Xi cerró el portón de la bodega. Al día siguiente empezaría a distribuir la mercadería entre los clientes que ya tenía organizados en una libreta de apuntes. Con aquel negocio, Juan Xi ganaría un diez o un quince por ciento de la inversión, lo cual era una buena ganancia en dos o tres días de trabajo; así que, alegre, se despidió de sus empleados, y se fue para su casa. Sin embargo, a la mañana siguiente, cuando vino a abrir la bodega, casi le da un paro cardíaco… La pólvora había desaparecido. No quedaba en los estantes ni una sola caja.

Nada. Ni un solo cohete, ni una luz de bengala… Y, con semejante golpe, Juan Xi se dejó caer en un banco, llamando en su ayuda a todos sus antepasados, pero, lo mejor que hizo, fue llamar a la DGIC”.

MARIO

“Eran las seis de la mañana, hacía frío en Tegucigalpa, el pavimento estaba mojado por la brisa de la madrugada, y todo parecía normal, menos lo que pasaba en la bodega de Juan Xi…”

“Mario -le dije a Mario López-, hay un caso de robo en la bodega de un chino, cerca del aeropuerto; forme un equipo de investigadores, y lleve a técnicos de inspecciones oculares… Dice que le robaron un millón de lempiras en productos de pólvora que tenía para la venta de la navidad, y que apenas ayer en la noche le llegaron desde Copán y San Lorenzo”.

“¿Usted no va con nosotros, abogado?” “Por hoy, no… Usted está a cargo del caso”.

“Salieron los investigadores en dos patrullas, de las blancas doble cabina que tenía la DGIC en aquellos tiempos, y llegaron a la bodega del chino Juan Xi. Aquel hombre estaba a punto de fallecer. Había invertido casi todo su capital, y ahora dejaba a sus hijos con una mano adelante y otra atrás…”

“Vamos a investigar -le dijo Mario-; pero es necesario que se calme para que nos dé los mejores detalles…”

Juan Xi colaboró con la Policía lo mejor que pudo, aunque no fue mucho lo que dijo. Sin embargo, Mario López empezó a hacer su trabajo.

“El portón de la bodega no fue violentado -dijo, hablando con sus compañeros-, ni hay señales de que alguna de las ventanas haya sido forzada. El dueño dice que él mismo abrió los candados del portón, con sus propias llaves, tal y como lo hace todos los días, y no notó nada anormal, hasta que se dio cuenta de que los productos con pólvora ya no estaban…”

“¿Falta algo más?”

“No; nada más… Solamente se llevaron las cajas con los cohetillos”. “¿Sospecha de alguien el chino?” “No dice nada; solo se lamenta de que acaban de dejarlo en la vil calle…”

“Está claro de que quien entró a la bodega, tenía duplicados de las llaves que tiene el dueño”.

“Así es; a menos de que un cerrajero experto haya abierto los candados y el llavín del portón”.

“Es posible…”

En ese momento, uno de los técnicos de inspecciones oculares dio un grito, llamando a Mario López.

“¿Qué tenemos?” -le preguntó este, acercándose rápidamente.

“Mire -le dijo el técnico, señalándole algo con uno de los índices enguantados-. ¿Qué le parece?

Mario sonrió, se puso de rodillas ante una silla de madera de roble en la que estaba marcada, hasta el último detalle, una huella de zapato.

“Es la plantilla de un zapato tenis” -dijo. “Eso creo yo”.

“Y está frente a uno de los estantes donde anoche pusieron las cajas con el producto perdido…”

“Alguien se subió a la silla, para alcanzarlos mejor, y bajar caja por caja, para entregársela a alguien…”

“Creo que vamos por buen camino”. “No hay violencia en el portón ni en las ventanas, y tenemos esta huella…”

Mario se quedó pensando por unos segundos. Luego, se puso de pie.

“Creo que estamos detrás de un gato casero” -dijo.

“No le entiendo, señor”.

“El autor de este robo es un empleado del chino… Mejor dicho, los autores de este robo son empleados de este pobre hombre que parece que ya se va al más allá… Tómenle fotos a la huella, lo más cerca posible y sin perder detalle. Nos va a servir para resolver este caso”.

Mario dijo esto, y se acercó a Juan Xi. “¿Cuántos empleados tiene aquí, señor?” -le preguntó.

“Doce, señol”.

“¿Ya vinieron todos?”

“Sí… Yo cleel que sí. Es la hola”. “Bien… Vamos a hacer lo siguiente…” “Dígame”.

“¿Tiene una oficina o algún sitio privado en el que podamos hablar con cada uno de los empleados?”

“Oh sí, señol: mi oficina…”

LOS DOCE

Uno después del otro fueron llamados los empleados. Mario habló con ellos del clima, del trabajo, de la familia y, de pronto, se fijó en los zapatos que calzaban.

“Qué bonitos zapatos anda usted -le dijo al primero-; a mí me gustan mucho los tenis… Puede enseñármelos, por favor…”

Y el hombre, aunque extrañado, se quitó los tenis y se los mostró a Mario. Este vio con detenimiento la plantilla, no encontró lo que buscaba, y le devolvió los zapatos. Luego, le dijo a uno de sus compañeros de la DGIC:

“Acompañe a este amigo al fondo de la bodega, y que se quede allí con usted hasta que yo le diga”.

Así lo hizo el agente, y pasó a la oficina el segundo empleado. Y con él, Mario hizo lo mismo. Cuando vio que la plantilla era diferente a la que buscaba, le devolvió los tenis, y lo envió al fondo de la bodega con su compañero. Y lo mismo hizo con los siguientes nueve. Había visto las plantillas de los zapatos de once empleados, y no había encontrado nada. Faltaba uno.

“Bonitos tenis anda usted -le dijo-; a mí me gustan mucho ese tipo de zapatos… ¿Le molestaría enseñármelos?”

“No; claro que no”.

Y el empleado número doce se quitó los

El portón de la bodega no fue violentado -dijo, hablando con sus compañeros-, ni hay señales de que alguna de las ventanas haya sido forzada”.

tenis. Mario los vio, llamó al técnico que había encontrado la huella en la silla, y este dijo:

“Este es el tenis que dejó la huella en la silla”. En ese momento, Mario llamó a dos de sus compañeros.

“Detengan a este hombre -les dijo-. La huella que dejó su zapato en la silla, cuando se subió en ella para bajar las cajas, es la misma de este tenis… Amigo, está usted detenido por el robo del millón de lempiras en pólvora… Tenemos la huella de su zapato, tenemos el zapato, y vamos a enviarlos al laboratorio para confirmar que son los zapatos suyos… A menos que usted quiera colaborar y nos diga cómo hizo para conseguir las llaves y entrar a la bodega, y nos diga también dónde está la pólvora…” “Yo no sé nada… No sé nada”.

“Eso ya lo vamos a averiguar… Vamos a esperar el resultado del laboratorio, de la sección de marcas y patrones, y si ellos nos dicen que este tenis es el que dejó la huella en la silla, usted va a pasar un buen tiempo en la cárcel…”

NOTA FINAL

El resultado del laboratorio tardó dos horas en llegar. Aquella huella fue dejada por el tenis izquierdo del sospechoso.

“No fui solo yo -dijo este, cuando se vio perdido-; tres de mis compañeros me dijeron que nos robáramos la mercadería… Y ellos entraron conmigo anoche a la bodega…”

“¿Dónde está la mercadería?”

“Ya la entregamos… La vendimos en el mercado San Isidro”.

“Nos vas a decir quienes son tus compañeros, y nos van a llevar al mercado…”

“Y así fue -dice, Gonzalo-. Mario fue al mercado San Isidro y recuperó la mercadería; toda, el millón de lempiras que había invertido el chino Xi. Y los que compraron dijeron que lo hicieron de buena fe. No recuperaron el dinero, pero acusaron a los cuatro de estafa. Y fueron a la cárcel por doce o quince años, perdieron el trabajo, prestaciones, porque la

ley dice bien claro que el empleado que es encontrado robando en su lugar de trabajo, pierde todos los beneficios a que tiene derecho… Y así resolvió este caso Mario López Galeano. Y el chino Juan Xi, volvió a la vida. El ladrón era un gato casero”

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2023-12-02T08:00:00.0000000Z

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